EL CEREBRO A LOS 23


Hace unos meses leí un artículo muy chulo que hablaba sobre nuestra generación y particularmente sobre la gente de 23 años. Imagino que si tienes 22 o 25 también te encajará, pero tú verás.

Resulta que le prometí a una amiga que si un día me daba por escribir un blog, traduciría ese artículo adaptándolo ligeramente.
Resulta que ahora escribo un blog.
Resulta que me toca cumplir mi promesa.

El artículo original se llama The Brain on 23 y lo publicó Molly Sprayregen en Huffington Post. Igual ya lo conocéis puesto que a mí me llegó por Facebook y lo han compartido 72.714 personas en esta red social. Casi nada.

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Tenemos 23 años. Somos los que nos retorcemos en nuestras sillas porque nos sentimos raros en el papel de adulto. Nos pavoneamos por la ciudad absortos en la pantalla de nuestro iPhone buscando desesperadamente algo que nos diga que las decisiones que tomamos son válidas. Trabajamos muy duro en puestos que no nos entusiasman solo para que parezca que nuestras prestigiosas carreras merecieron la pena y salimos con gente que no nos enamora sólo para sentirnos menos solos.

Nos pasamos horas bebiendo en bares, prometiéndonos que aquellos que nos rompieron el corazón no ocuparán nuestra mente el resto de nuestras vidas. Nos evadimos mientras estudiamos o trabajamos siempre pensando si no deberíamos estar en otro lugar.

Tenemos 23 años y las resacas ahora joden de verdad. La mayoría de nuestras conversaciones se centran en auto-convencernos de que pronto encontraremos algo con lo que estemos satisfechos.

Estamos orgullosos de nuestros amigos pero somos muy duros con nosotros mismos. Nos exigimos más. Cuando un amigo cocina algo más elaborado que un plato de pasta, le aplaudimos pero nos flagelamos por no haber sido capaces de lograr un puesto de trabajo con alto nivel de responsabilidad, no haber publicado nuestras memorias o no haber lanzado una Startup.

Bailamos canciones de Taylor Swift (Sí, no voy a cambiar esto, Taylor Swift mola) porque nos entiende. Amamos a quien queremos y odiamos las etiquetas. Ya no estamos en la universidad, y somos muy mayores para colarnos en sus fiestas. La gente que conocemos ya no vive donde solía hacerlo y anhelamos la vuelta de esos tiempos en los que corríamos de un lado a otro a la 1 de la mañana. Tenemos pocas obligaciones pero sin embargo estamos siempre estresados, preguntándonos si la vida volverá alguna vez a ser tan cómoda.

Nuestras rupturas nunca se acaban porque las redes sociales no hacen más que recordarnos a nuestros ex. Incluso si les bloqueamos o les eliminamos como amigos, sus nombres aparecen una y otra vez en nuestros tablones debajo de fotos de amigos que les hayan gustado y sus caras nos asaltan cuando algún amigo en común comparte algún nuevo álbum. Odiamos ligar con aplicaciones pero lo hacemos porque a veces parece la única forma de hacerlo. Pasamos casi tanto tiempo seleccionando gente en Tinder como relacionándonos con personas en la vida real.

Tenemos 23 años e intentamos convencernos constantemente de que dejemos de quejarnos y disfrutemos de nuestra juventud. La vida no está tan mal. Tenemos a nuestra familia, nuestros amigos y nuestra salud. Somos jóvenes y vibrantes y el mundo nos pertenece. Tenemos más relación con nuestros padres que los que llegaron antes a este punto, y varios de nosotros tenemos la suerte de seguir teniendo su apoyo. Tenemos tiempo para ir a bares y disfrutar con nuestros amigos. Trabajamos y salimos de fiesta sin tener que preocuparnos por otros que dependan de nosotros. Sin embargo el miedo permanece y pesa, y nos lleva a ser pesimistas. Porque la vida está bastante bien y aun así no podemos dejar de preocuparnos. Por lo que acabamos preocupándonos más por lo que nos puede pasar en un futuro en lugar de centrarnos en lo que nos toca ahora.

Mick Jagger tras ser detenido a los 23

Los mayores nos dicen que nos calmemos. Que el tiempo pone a cada uno en su lugar. Que si pudieran darle un consejo a su yo más joven sería: “Deja de preocuparte por tonterías y céntrate en disfrutar el momento antes de que te pille el tiempo y alcances la edad adulta”. Les oímos decir estas cosas pero somos incapaces de creerles. El tiempo no te pone en tu lugar si te dejas llevar. Tenemos que ponernos nosotros ahí, y sentimos que cada segundo que pasamos viendo películas o series en streaming son segundos que no estamos invirtiendo en llegar a donde queremos llegar, pero seguimos viéndolas.

Gastamos nuestro tiempo igual que cuando estábamos en la Universidad pero ahora nos incomoda. Nos hace sentir irresponsables. Hemos llegado al punto en que nos damos cuenta de la futilidad que supone tirarse a ver capítulos de Los Simpsons que hemos visto ochocientas veces, pero nos faltan recursos y madurez para hacer algo que realmente cambie eso. Somos demasiado viejos (y demasiado pobres) para salir todas las noches, pero demasiado jóvenes para quedarnos en casa y no hacer nada. Queremos ser más productivos y vivir una existencia que valga más la pena vivir, pero aún no sabemos cómo lograrlo. Aún no tenemos hijos ni mujer o marido ni un trabajo fijo o lo que quiera que sea que represente una motivación extra para vivir. No necesariamente queremos esas cosas, pero queremos algo. Así que nos plantamos en este limbo, deseando que hubiera algo menos inútil que ver a Homer bebiendo cerveza en el bar, mientras seguimos haciéndolo sintiendo cómo las mariposas revolotean en nuestro estómago.

Tenemos 23 años y aunque estemos preocupados todo el rato, seguimos sin querer crecer. No queremos alcanzar ese punto en el que no se nos pueda considerar niños incluso si numerosos estudios dicen que la gente es más feliz a los 30. Porque tendremos miedo, pero oye, tenemos 23 años y flipas lo bien que lo pasamos.

Intentamos dejar de hostigarnos por no habernos convertido en el próximo Mark Zuckerberg o la próxima Lena Dunham, pero obviamos que ellos son la excepción a la regla de los 23. Porque para la mayoría de nosotros, a los 23, la vida cambia cuando de golpe olvidamos por qué escogimos esa carrera, o nos mudamos a aquella ciudad o amamos a aquella persona. Solo queremos entender quiénes somos, y no podemos. Solo el tiempo podrá decírnoslo.

Así de primeras, no me ha quedado mal del todo la traducción, pero si os ha gustado y entendéis inglés, no dudéis en leer el original. Todo mejora en inglés y digo bien, TODO.

No puede clavarnos a todos pero hay puntos que me representan tanto que no podía evitar hacer este ejercicio. Por lo visto, no son tan distintos los 23 en Estados Unidos o en España.

Á.J. (a los 24)

4 comentarios en “EL CEREBRO A LOS 23

  1. Buenas noches, no sé cómo he llegado a tu blog pero me ha encantado, a éstas horas de domingo no rindo mucho pero le echaré un ojo esta semana y comentaré algo con más sentido 🙂

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