LAS COSAS POR SU NOMBRE


¡Qué difícil es ponerle nombre a las cosas!

Amén de historias bíblicas, siempre me he preguntado cómo llegamos realmente a la forma de comunicarnos que tenemos actualmente. ¿De dónde salen los nombres de las cosas? ¿Cómo evolucionaron los berridos u onomatopeyas en las palabras que usamos hoy?

Esta reflexión viene porque, según escribo esto, aún no hay nada publicado. No puedo publicar sin un nombre. A ver si con lo que sigue consigo dar con uno. El otro día leí un post de Vivir Mata en el que se le iba un poco la pinza acerca de los tiempos al escribir. Que todo ocurre en el pasado y que quién lee siempre lee a destiempo. Nunca disfruta del mismo momento que el escritor. Este es uno de esos momentos.

Seré redundante y empezaré por el principio. Tras descubrir que disfruto mucho leyendo decidí que me apetecía escribir, que quiero estar del otro lado. Me gustan las palabras, pero no por su significado. Lo que me atrae de ellas es su forma, cómo suenan, su origen. Quiero decidir cómo contar las cosas y sacar del arcón términos olvidados que iré soltando y pensaréis: ¿Qué narices dice este?

Cuando empiezo a escribir empiezo con una reflexión soltada al aire esperando que una deidad la recoja y me la devuelva con sentido y cierto gancho. Sé que suena un poco rimbombante usar el término deidad, pero es que no se cómo calificar a ese algo que hace que las nimiedades que pasan por mi cabeza cobren tamaño y sentido.

De pequeño andaba lejos de ser un ávido lector. Mis lecturas se limitaban al Marca, el As, las páginas de deportes de periódicos generales… eeeeeh sí, soy un tío de esos a los que les gusta mucho el fútbol. Pese a todo, no creo que forme parte de una minoría, así que tampoco entraré a profundizar más en eso, pero creo que si os digo que aprendí a leer con 3 años solo para poder entender el Marca se entiende un poco mi nivel de fascinación por el fútbol por aquel entonces.

Además de la apasionante lectura diaria, leía única y exclusivamente lo que me mandaban en el colegio. Aquello era una tortura. Me marcaba pautas muy específicas de cantidad de lectura diaria para tener el libro leído el día del examen. Imaginaos qué fiesta. Me producía una pereza increíble. Nada me apetecía menos que dejar de jugar a lo que fuera para tumbarme frente a un compendio de letras negras muy pequeñas y muy juntas sobre páginas blancas, digo blancas porque soy un hombre pero no eran blancas ya, sino hueso, palo, roto o cualquier tono de blanco que tan bien distinguen las mujeres.

Por suerte, la cosa cambió. Mentiría si dijese que fue un cambio instantáneo. Un antes y un después. Un turning point. Pero si que es verdad que la aparición de Harry Potter ayudó. Sí, soy otro niño más de la generación Harry Potter. Agradezcamos a J.K. Rowling que le diera por inventar y volvamos a lo que estaba contando.

Por primera vez leía por voluntad propia pero no había sido tanto cambio. Leía Harry Potter por placer, pero ese privilegio estaba reservado a Harry. Todo lo demás eran todavía simples letras y nada de lo que me atraía del mago tenía su traslación en las lecturas obligatorias. Nada, hasta que leí los Miserables. Fue acabarlo y empezar a pensar en todo aquello que me había perdido leyendo a desgana. Descubrí de repente matices que no había percibido antes.

En Francés gana mucho

Todo era mucho más visual. Cada descripción cobraba vida. Ese clic hizo que decidiese releer obras que tenían mucho nombre pero me parecieron aburridísimas. No os voy a engañar, con alguna me reaburrí. Y si las volviera a leer, me reaburriría. Y aquí estamos, acuñando términos nuevos que espero que la RAE algún día me agradezca.

Ese fue el verdadero cambio. Descubrir el placer por leer. No leía mucho, pero leía lo que me apetecía. Y según iba leyendo, iba queriendo descubrir más. Pasé de leer mil palabras a leer imágenes, y por todos es sabido que una imagen vale más que mil palabras (¡Qué típico!).

Si fuera capaz de capturar en una imagen lo que cuento en cada post sería un dibujante, pintor o fotógrafo fantástico. Ante mi incapacidad de ofrecer esa opción, dejo aquí mis mil palabras. Espero que os sirvan para ponerle la imagen.

Á.J.

P.D: Este post iba a describir el porqué del nombre del blog y no he cumplido. Por ello añado unos párrafos más ahora que han pasado 3 semanas desde que lo escribí:

Mil Palabras me parece un nombre increíblemente pretencioso, y seco, y corto, y necesita una explicación y  a decir verdad es muy poco yo, que escribo solo cerca de novecientas. Así que no.

Tras todo este post en el que no llego a nada claro, me quedo en que me gusta viajar. Me gusta Nueva York por encima de todo. Soy muy de París y muy de Shanghái.

Me gusta leer y me gusta escribir. Pienso más de la cuenta y desde luego más de lo que a veces querría. Soy de reflexiones en sucio. De cambios. De lógica y ética por encima de todo. De contárselo a mis amigos. De hacerlo de copas. De insistir, insistir e insistir hasta que me paran. Necesito compartir aquello que me quita el sueño.

El nombre del blog tiene algo que ver con este último párrafo endulzado por esta canción que escuché de rebote mientras estaba embobado haciendo otras cosas. Resultó que justo presté atención y me dije, ¡Coño! Ahí hay algo:

I can’t stop drinking about you. Juguemos con las palabras que tanto me gustan. Juntemos mis aficiones. Juntemos mis reflexiones con otras cosas. Juntemos reflexiones y otras copas.

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